miércoles, 11 de diciembre de 2013

NELSON MANDELA‏

El valor de la dignidad es como la raíz del árbol que cuenta la historia de aquellos grandes y hermosos camaradas.
 
En un mundo aterradoramente injusto, donde lo que importa es ganar más dinero para tener éxito sin importar cuántos mueren a nuestro alrededor, donde lo que importa es controlar, tener poder sobre las personas para que me den lo que necesito, sin importar cuánto daño les haga, donde lo que importa es tener una mejor posición social para sentirse valorado, sin importar la pérdida de la ética y la moral. En un mundo así, nacen gracias a la vida personas tan hermosas como Nelson Mandela.
 
No esperó de la vida nada para sí, no buscó la riqueza, la fama, la aprobación o la aclamación pública, simplemente luchó por la libertad de Sudáfrica.
 
Lo que logró este hermoso y maravilloso ser humano no puede ser expresado con palabras, está dentro como un sentimiento de grandeza, de que la vida humana vale la pena por gente como Nelson Mandela, alguien que no escogió nacer en Sudáfrica, ni escogió nacer negro, pero sí escogió dónde, cuándo y de qué manera vivir por la libertad de su pueblo, ¿qué mayor amor que ese?.
 
¿Para qué sirve el poder si con él destruimos la dignidad humana? ¿Para qué sirve el poder si con él exterminamos, esclavizamos a la humanidad o negamos la vida negándonos a nosotros mismos nuestra propia existencia. ¿Qué sentido tiene esta lucha de ser el más fuerte, el que domine más, el que tenga más, si tan sólo con ponernos de acuerdo viviríamos enteramente felices en este mundo donde cabemos todos, donde Nelson Mandela vivió y murió creyendo en esa oportunidad.
 
Soñó y luchó por la libertad de Suráfrica y Namibia, contra el Apartheid. Abrió su corazón, sus oídos, sus ojos, su espíritu, su mente , su vida, para no aceptar las injusticias a la que estaba sometido su pueblo.
 
Hoy celebramos con orgullo tu existencia y tu vida justa, y en esta despedida te damos las gracias infinitas por hacer posible un poco más la vida humana. ¡Hasta siempre!
 
Pedro Castro

LEGADO DEL LÍDER SUDAFRICANO
OPINIÓN
REINALDO JOSÉ BOLÍVAR
Para conocer la inmensidad de la figura de Mandela es imprescindible conocer la tragedia humana que significó para la República de Sudáfrica y el África en general el régimen del apartheid.
Apartheid es un término africaan y neerlandés que significa algo así como vidas separadas. En el caso de Sudáfrica consistió en apartar en todos los órdenes, comenzando por el jurídico, a las etnias del país, separándolas en europeos y no europeos, o en el lenguaje utilizado en ese momento, en blancos y negros. A la gente africana, por imposición imperial, se le vetó el disfrute de su propia tierra.
No debe haber lugar a la duda o a la ambigüedad, el apartheid fue un sistema de gobierno utilizado por el imperio inglés en los territorios africanos ocupados, y en el caso de Sudáfrica, legalizado e impuesto a sangre y fuego. Nada nuevo en las formas imperiales que utilizaron el genocidio como método de apropiación de territorios. Igualmente lo hicieron en América, en el Caribe; procedieron de forma similar en la India.
En Sudáfrica fue una división abiertamente desigual. Los europeos y sus descendientes ejercían el control absoluto del aparato del Estado. Se apropiaron de la casi totalidad de las tierras, desplazaron a gran parte de la población a lugares similares a campos de concentración. Se quedaron con todos los privilegios, sumiendo a la población negra en las penurias de la pobreza y la humillación.
Así, para circular en cualquier lugar, la población africana, la mayoritaria, la originaria, tenía que tener un grueso cuaderno, tipo pasaporte, donde se registraba cada uno de sus pasos. Las zonas prohibidas abundaban. Los blancos tenían zonas exclusivas, las entradas a servicios públicos estaban divididas. Si una persona originaria trabajaba para un blanco debía solicitar permiso y pagar un impuesto. Ni siquiera se podían bañar en la misma playa. Los peores trabajos eran para la gente negra, a la que también se le sometía a exámenes médicos denigrantes para poder acceder a esos empleos. El apartheid se implementó oficialmente desde 1948, con un marco jurídico impresionante, de más de 100 leyes que prohibían desde los matrimonios mixtos hasta la coexistencia en las mismas urbanizaciones. Por supuesto, los derechos políticos se reservaron estrictamente para los blancos.
En cuanto a la escuela, ninguna persona negra tenía derecho a cursar estudios universitarios. Los europeos y su descendencia –que hablaban el afrikaans, una lengua que simplifica el holandés– pretendieron que la mayoría sudafricana aprendiera por la fuerza este idioma, para que abandonara su cultura, su unidad como nación. Para consolidar el imperial apartheid mataron a miles de personas negras y afrodescendientes, incluyendo niñas y niños. Así actuaba la segregación étnica a finales del siglo XX. No es algo abstracto, sin padre ni madre, el apartheid fue hijo del imperio europeo, en cualesquiera de sus operadores. Para el caso sudafricano, del inglés.
Contra todo este estado de injusticia, llamado legalmente apartheid, práctica imperial europea para exterminar a la nación africana, se erigió Nelson Mandela. Él estaba muy claro de lo que significaba aquella opresión imperial, como lo expresó en su visita a Cuba:
“El apartheid no es algo que haya comenzado ayer. Los orígenes de la dominación racista blanca se remontan tres siglos y medio, al momento en que los primeros colonos blancos iniciaron el proceso de división y posterior conquista de los Khoisan y otros pueblos africanos: los habitantes originarios de nuestro país.
El proceso de conquista, desde su comienzo, engendró una serie de guerras de resistencia, las que a su vez generaron nuestra guerra de liberación nacional. Luchando con grandes desventajas, los pueblos africanos trataron de defender sus tierras”.
No fueron 27 años en un claustro religioso. Fueron años de lucha desde una trinchera obligada. Su actividad política le dio cohesión al partido Congreso Nacional Africano, en la convicción de que al tomar el poder político sería necesario un partido con capacidad y equipos formados para la mejor conducción de la patria refundada. Mandela, escogió como modus operandi la desobediencia civil, que implementa desde 1952. En ella se inspirarían para convocar el Congreso del Pueblo de 1955, en el que se adoptará la “Carta de la Libertad”, programa principal en la causa contra el apartheid.
Este plan era de clara tendencia izquierdista y nacionalista. Su principal idea era que “el pueblo se gobierne”. Reclamaba la tierra para todas las personas, reducción de la jornada laboral, salario justo, educación gratuita y obligatoria. La dirigencia del CNA se inscribía, y con ella Mandela, en el movimiento panafricanista, socialista y del Sur que contaba entre otros con Krugman (Ghana), Toure (Guinea), Nasser (Egipto), Keita (Mali), Cabral (Cabo Verde y Guinea Bissau), Neto (Angola), Machell y Modlane (Mozambique), Mugabe (Zimbawe), Kouda (Zambia), Kama (Bostwana) y Nyerere (Tanzania). Vale decir que la ideología y accionar de los antiimperialistas o antiapartheistas sudafricanos era sólida y de trascendencia internacional. El apoyo de los gobiernos de esos líderes sería vital para el movimiento de liberación sudafricano, en especial el de los países limítrofes, que daría cobijo a miles de exiliados y perseguidos a muerte por el régimen imperial sudafricano.
Mandela fue catalogado, junto a sus camaradas, de “terrorista, a pesar de seguir las enseñanzas de Ghandi. Después de varios arrestos, es condenado a prisión perpetua en 1963. No obstante, desde allí hará conocer los crímenes del régimen segregacionista de Sudáfrica y mantendrá cohesionado al partido Congreso Nacional Africano, que en algunos momentos parecía dividirse.
La actividad de Mandela desde la cárcel, sin precedentes en la historia política mundial, es un factor nodal en la abolición del apartheid. Mandela era inspiración y oxígeno para los miles que luchaban y entregaban sus vidas en las calles del país, con sus cantos de firmeza espiritual y sus impresionantes marchas y congregaciones.
En 1990, tras 27 años, sale en libertad física, puesto que sus ideales siempre estuvieron en la calle, en las batallas populares. El Gobierno no puede más con la presión nacional e internacional, que se expresa a través de un bloqueo económico. Hasta los gobiernos europeos no tienen más remedio que sumarse, para intentar lavar la cara del holocausto africano que habían provocado.
De 1990 a 1993, a la par de buscar las condiciones de paz e idoneidad para una democracia multiétnica en su país, Mandela realiza simbólicas visitas a varios países del mundo. El primero en América va a ser la Cuba Revolucionaria, para encontrarse, como el mismo lo expresara, con sus camaradas y amigos, dejando bien sentado de qué pasta estaba hecho. El 17 de julio de 1991 dirá en suelo cubano:
“El pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de África. Los internacionalistas cubanos hicieron una contribución a la independencia, libertad y justicia en África que no tiene paralelo, por los principios y el desinterés que la caracterizan”.
En 1994, el gran hombre y el CNA ganan las elecciones, se convierte en un adalid de la paz africana. Ya en el poder, como primer presidente democráticamente electo, además de ser el primer originario en serlo, impulsa una verdadera revolución que empieza por derrumbar el muro de leyes segregacionistas y promocionar una verdadera Constitución nacional que exprese el crisol sudafricano. Allí, además de una bandera que sintetiza la diversidad que habita en la nación, la Constitución que hoy podemos denominar “mandeliana” fija que su misión principal es:
“Remediar las injusticias del pasado y establecer una sociedad basada en valores democráticos, la justicia social y los derechos humanos fundamentales”,
Solo después de la victoria sobre los enemigos, sobre los verdugos de su gente, es que vendrá la estrategia del perdón, no antes, porque hubiera sido claudicar. Sí después, para mostrar la grandeza del gentilicio africano y la capacidad de construir el propio destino del país.
La vida heroica del revolucionario africano Nelson Mandela se resume en las palabras que pronunció en 1964, luego de ser condenado a cadena perpetua, un principio que guiara su existencia:
“He luchado contra la dominación de los blancos y contra la dominación de los negros. He deseado una democracia ideal y una sociedad libre en que todas las personas vivan en armonía y con iguales oportunidades. Es un ideal con el cual quiero vivir y lograr. Pero si fuese necesario, también sería un ideal por el cual estoy dispuesto a morir”.
Sudáfrica ahora, sin la segregación étnica ni la intervención imperialista, crece para todos, y es uno de los países más prósperos del mundo. Nelson Mandela, Padre de Sudáfrica, vivió y luchó hasta el final guiado por esos grandes ideales, en nada compatibles con el imperialismo ni el capitalismo.

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