El valor de la dignidad es como la raíz del árbol que cuenta la historia de aquellos grandes y hermosos camaradas.
En
un mundo aterradoramente injusto, donde lo que importa es ganar más
dinero para tener éxito sin importar cuántos mueren a nuestro alrededor,
donde lo que importa es controlar, tener poder sobre las personas para
que me den lo que necesito, sin importar cuánto daño les haga, donde lo
que importa es tener una mejor posición social para sentirse valorado,
sin importar la pérdida de la ética y la moral. En un mundo así, nacen
gracias a la vida personas tan hermosas como Nelson Mandela.
No
esperó de la vida nada para sí, no buscó la riqueza, la fama, la
aprobación o la aclamación pública, simplemente luchó por la libertad de
Sudáfrica.
Lo
que logró este hermoso y maravilloso ser humano no puede ser expresado
con palabras, está dentro como un sentimiento de grandeza, de que la
vida humana vale la pena por gente como Nelson Mandela, alguien que no
escogió nacer en Sudáfrica, ni escogió nacer negro, pero sí escogió
dónde, cuándo y de qué manera vivir por la libertad de su pueblo, ¿qué
mayor amor que ese?.
¿Para
qué sirve el poder si con él destruimos la dignidad humana? ¿Para qué
sirve el poder si con él exterminamos, esclavizamos a la humanidad o
negamos la vida negándonos a nosotros mismos nuestra propia existencia.
¿Qué sentido tiene esta lucha de ser el más fuerte, el que domine más,
el que tenga más, si tan sólo con ponernos de acuerdo viviríamos
enteramente felices en este mundo donde cabemos todos, donde Nelson
Mandela vivió y murió creyendo en esa oportunidad.
Soñó
y luchó por la libertad de Suráfrica y Namibia, contra el Apartheid.
Abrió su corazón, sus oídos, sus ojos, su espíritu, su mente , su vida,
para no aceptar las injusticias a la que estaba sometido su pueblo.
Hoy
celebramos con orgullo tu existencia y tu vida justa, y en esta
despedida te damos las gracias infinitas por hacer posible un poco más
la vida humana. ¡Hasta siempre!
Pedro Castro
LEGADO DEL LÍDER SUDAFRICANO
OPINIÓN
REINALDO JOSÉ BOLÍVAR
REINALDO JOSÉ BOLÍVAR
Para
conocer la inmensidad de la figura de Mandela es imprescindible conocer
la tragedia humana que significó para la República de Sudáfrica y el
África en general el régimen del apartheid.
Apartheid
es un término africaan y neerlandés que significa algo así como vidas
separadas. En el caso de Sudáfrica consistió en apartar en todos los
órdenes, comenzando por el jurídico, a las etnias del país, separándolas
en europeos y no europeos, o en el lenguaje utilizado en ese momento,
en blancos y negros. A la gente africana, por imposición imperial, se le
vetó el disfrute de su propia tierra.
No
debe haber lugar a la duda o a la ambigüedad, el apartheid fue un
sistema de gobierno utilizado por el imperio inglés en los territorios
africanos ocupados, y en el caso de Sudáfrica, legalizado e impuesto a
sangre y fuego. Nada nuevo en las formas imperiales que utilizaron el
genocidio como método de apropiación de territorios. Igualmente lo
hicieron en América, en el Caribe; procedieron de forma similar en la
India.
En
Sudáfrica fue una división abiertamente desigual. Los europeos y sus
descendientes ejercían el control absoluto del aparato del Estado. Se
apropiaron de la casi totalidad de las tierras, desplazaron a gran parte
de la población a lugares similares a campos de concentración. Se
quedaron con todos los privilegios, sumiendo a la población negra en las
penurias de la pobreza y la humillación.
Así,
para circular en cualquier lugar, la población africana, la
mayoritaria, la originaria, tenía que tener un grueso cuaderno, tipo
pasaporte, donde se registraba cada uno de sus pasos. Las zonas
prohibidas abundaban. Los blancos tenían zonas exclusivas, las entradas a
servicios públicos estaban divididas. Si una persona originaria
trabajaba para un blanco debía solicitar permiso y pagar un impuesto. Ni
siquiera se podían bañar en la misma playa. Los peores trabajos eran
para la gente negra, a la que también se le sometía a exámenes médicos
denigrantes para poder acceder a esos empleos. El apartheid se
implementó oficialmente desde 1948, con un marco jurídico impresionante,
de más de 100 leyes que prohibían desde los matrimonios mixtos hasta la
coexistencia en las mismas urbanizaciones. Por supuesto, los derechos
políticos se reservaron estrictamente para los blancos.
En
cuanto a la escuela, ninguna persona negra tenía derecho a cursar
estudios universitarios. Los europeos y su descendencia –que hablaban el
afrikaans, una lengua que simplifica el holandés– pretendieron que la
mayoría sudafricana aprendiera por la fuerza este idioma, para que
abandonara su cultura, su unidad como nación. Para consolidar el
imperial apartheid mataron a miles de personas negras y
afrodescendientes, incluyendo niñas y niños. Así actuaba la segregación
étnica a finales del siglo XX. No es algo abstracto, sin padre ni madre,
el apartheid fue hijo del imperio europeo, en cualesquiera de sus
operadores. Para el caso sudafricano, del inglés.
Contra
todo este estado de injusticia, llamado legalmente apartheid, práctica
imperial europea para exterminar a la nación africana, se erigió Nelson
Mandela. Él estaba muy claro de lo que significaba aquella opresión
imperial, como lo expresó en su visita a Cuba:
“El
apartheid no es algo que haya comenzado ayer. Los orígenes de la
dominación racista blanca se remontan tres siglos y medio, al momento en
que los primeros colonos blancos iniciaron el proceso de división y
posterior conquista de los Khoisan y otros pueblos africanos: los
habitantes originarios de nuestro país.
El
proceso de conquista, desde su comienzo, engendró una serie de guerras
de resistencia, las que a su vez generaron nuestra guerra de liberación
nacional. Luchando con grandes desventajas, los pueblos africanos
trataron de defender sus tierras”.
No
fueron 27 años en un claustro religioso. Fueron años de lucha desde una
trinchera obligada. Su actividad política le dio cohesión al partido
Congreso Nacional Africano, en la convicción de que al tomar el poder
político sería necesario un partido con capacidad y equipos formados
para la mejor conducción de la patria refundada. Mandela, escogió como
modus operandi la desobediencia civil, que implementa desde 1952. En
ella se inspirarían para convocar el Congreso del Pueblo de 1955, en el
que se adoptará la “Carta de la Libertad”, programa principal en la
causa contra el apartheid.
Este
plan era de clara tendencia izquierdista y nacionalista. Su principal
idea era que “el pueblo se gobierne”. Reclamaba la tierra para todas las
personas, reducción de la jornada laboral, salario justo, educación
gratuita y obligatoria. La dirigencia del CNA se inscribía, y con ella
Mandela, en el movimiento panafricanista, socialista y del Sur que
contaba entre otros con Krugman (Ghana), Toure (Guinea), Nasser
(Egipto), Keita (Mali), Cabral (Cabo Verde y Guinea Bissau), Neto
(Angola), Machell y Modlane (Mozambique), Mugabe (Zimbawe), Kouda
(Zambia), Kama (Bostwana) y Nyerere (Tanzania). Vale decir que la
ideología y accionar de los antiimperialistas o antiapartheistas
sudafricanos era sólida y de trascendencia internacional. El apoyo de
los gobiernos de esos líderes sería vital para el movimiento de
liberación sudafricano, en especial el de los países limítrofes, que
daría cobijo a miles de exiliados y perseguidos a muerte por el régimen
imperial sudafricano.
Mandela
fue catalogado, junto a sus camaradas, de “terrorista, a pesar de
seguir las enseñanzas de Ghandi. Después de varios arrestos, es
condenado a prisión perpetua en 1963. No obstante, desde allí hará
conocer los crímenes del régimen segregacionista de Sudáfrica y
mantendrá cohesionado al partido Congreso Nacional Africano, que en
algunos momentos parecía dividirse.
La
actividad de Mandela desde la cárcel, sin precedentes en la historia
política mundial, es un factor nodal en la abolición del apartheid.
Mandela era inspiración y oxígeno para los miles que luchaban y
entregaban sus vidas en las calles del país, con sus cantos de firmeza
espiritual y sus impresionantes marchas y congregaciones.
En
1990, tras 27 años, sale en libertad física, puesto que sus ideales
siempre estuvieron en la calle, en las batallas populares. El Gobierno
no puede más con la presión nacional e internacional, que se expresa a
través de un bloqueo económico. Hasta los gobiernos europeos no tienen
más remedio que sumarse, para intentar lavar la cara del holocausto
africano que habían provocado.
De
1990 a 1993, a la par de buscar las condiciones de paz e idoneidad para
una democracia multiétnica en su país, Mandela realiza simbólicas
visitas a varios países del mundo. El primero en América va a ser la
Cuba Revolucionaria, para encontrarse, como el mismo lo expresara, con
sus camaradas y amigos, dejando bien sentado de qué pasta estaba hecho.
El 17 de julio de 1991 dirá en suelo cubano:
“El
pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de
África. Los internacionalistas cubanos hicieron una contribución a la
independencia, libertad y justicia en África que no tiene paralelo, por
los principios y el desinterés que la caracterizan”.
En
1994, el gran hombre y el CNA ganan las elecciones, se convierte en un
adalid de la paz africana. Ya en el poder, como primer presidente
democráticamente electo, además de ser el primer originario en serlo,
impulsa una verdadera revolución que empieza por derrumbar el muro de
leyes segregacionistas y promocionar una verdadera Constitución nacional
que exprese el crisol sudafricano. Allí, además de una bandera que
sintetiza la diversidad que habita en la nación, la Constitución que hoy
podemos denominar “mandeliana” fija que su misión principal es:
“Remediar
las injusticias del pasado y establecer una sociedad basada en valores
democráticos, la justicia social y los derechos humanos fundamentales”,
Solo
después de la victoria sobre los enemigos, sobre los verdugos de su
gente, es que vendrá la estrategia del perdón, no antes, porque hubiera
sido claudicar. Sí después, para mostrar la grandeza del gentilicio
africano y la capacidad de construir el propio destino del país.
La
vida heroica del revolucionario africano Nelson Mandela se resume en
las palabras que pronunció en 1964, luego de ser condenado a cadena
perpetua, un principio que guiara su existencia:
“He
luchado contra la dominación de los blancos y contra la dominación de
los negros. He deseado una democracia ideal y una sociedad libre en que
todas las personas vivan en armonía y con iguales oportunidades. Es un
ideal con el cual quiero vivir y lograr. Pero si fuese necesario,
también sería un ideal por el cual estoy dispuesto a morir”.
Sudáfrica
ahora, sin la segregación étnica ni la intervención imperialista, crece
para todos, y es uno de los países más prósperos del mundo. Nelson
Mandela, Padre de Sudáfrica, vivió y luchó hasta el final guiado por
esos grandes ideales, en nada compatibles con el imperialismo ni el
capitalismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario