EVA GOLINGER / Chávez: Un Gigante bajo la Luna
Su voz era un constante en la Venezuela revolucionaria, sus
lecturas y enseñanzas una escuela en desarrollo permanente / Hombre
humilde de alma noble, Chávez tenía la valentía de guerreros y el pulso
de patria en su corazón
EVA GOLINGER - Un año ha pasado desde la desaparición física
de nuestro amigo Hugo Chávez y aún es imposible aceptarlo. Su voz era un
constante en la Venezuela revolucionaria, sus lecturas y enseñanzas una
escuela en desarrollo permanente. Hombre humilde de alma noble, Chávez
tenía la valentía de guerreros y el pulso de patria en su corazón.
Desafiaba a los más poderosos e imponentes intereses, sin guindarse.
Nunca le temblaba la mano, jamás se arrodillaba, estaba siempre firme
con serenidad y convicción para enfrentar grandes amenazas. Su valor era
inmenso, un soldado del pueblo, un guerrero de paz, un gigante de
siglos. Conocerlo fue un privilegio, un tesoro sin precio.
Chávez impactó al mundo, dejando su huella en luchas y sueños por la
justicia social desde el norte hasta el sur. Su legado es
transcontinental, sin fronteras. “Chávez” se traduce a todos idiomas
como el símbolo de la dignidad.
Tuve la fortuna de acompañarlo en varios de sus giras
internacionales. Pude presenciar la multitudinaria recepción de apoyo y
alegría que recibía en casi todos los continentes. Su mera presencia
inspiraba a millones. El representaba los sueños de tantas luchas,
tantos compromisos a la humanidad, y comprobó, contundentemente, que
otro mundo sí era posible.
De todas partes del planeta, corría gente para verlo de cerca. Solo
esperaban escuchar a sus palabras llenas de esperanza, sencillas y a la
vez llenas de una íntima profundidad. Chávez respiraba amor, y aunque
millones lo recibían con brazos abiertos, siempre habían peligrosas
amenazas en su contra. Los más poderosos intereses le temían. Era
impredecible, siempre un paso por delante. Washington lo llamaba un
“sabio competidor”, y viniendo del gobierno estadounidense, eso era no
solamente un cumplido, sino demostraba lo grande que era Chávez. Ni el
imperio lo podía controlar.
En mayo de 2006 me encontraba de gira en Europa con el lanzamiento de
las ediciones en alemán e italiano de mi primer libro, El Código
Chávez. Cuando ya había recorrido gran parte de Alemania, por suerte
coincidí con la gira del Presidente Chávez en el marco de la cumbre
América Latina-Unión Europea en Viena, Austria.
Llegué al hotel donde se encontraba la delegación presidencial que
apenas horas antes había arribado a la tierra vienesa. Luego de saludar a
caras conocidas en el lobby, mis compatriotas, me fui a la habitación a
descansar. Una hora después, bajé para ver la movida y para saber cual
era la agenda del Presidente. Al llegar al lobby, el simpático muchacho
de protocolo presidencial se me acercó y me dijo que ya íbamos saliendo.
Me pidió acompañarlos en la caravana. No había visto aún al Presidente,
pero supuse que íbamos adelante a alguna actividad, y me monté en el
carro con la delegación. Me acuerdo que estaban muchas caras conocidas,
amigos de lucha: Nicolás, Barreto, Giordani, Navarro.
Nos llevaron a un sitio en el centro de Viena. Al llegar pude
presenciar una cantidad enorme de gente, principalmente jóvenes, que
estaban dentro y fuera del local. “¿Que sitio es esto?”, pregunté al
amigo de protocolo. “Es un centro cultural muy popular aquí. Se llama la
Arena”, me respondió.
Bajamos del carro y vimos a miles de personas acercándose al lugar.
Había un evento esa noche con nada más y nada menos que el Comandante
Presidente Hugo Chávez, líder de la Revolución Bolivariana. Un rato
después, cuando ya habíamos entrado para presenciar la impresionante
cantidad de personas que se encontraba en el lugar, me acercaron para
avisarme que yo estaba pautada para hablar en el evento de esa noche,
allí, frente a la muchedumbre europea. “Que honor”, pensaba, participar
en Viena en un acto de masas con el Presidente.
La noche estaba fresca y la gente seguía llegando. No cabían en el
centro cultural. Tanto fue así, que tuvieron que cambiar la sede del
evento de la parte adentro, donde solo se cabían 500 personas, para la
plaza afuera, donde se cabían miles. Nunca antes había pasado un
fenómeno así en Viena. Miles de jóvenes europeos se habían reunido en
una plaza vienesa para escuchar las palabras de un jefe de estado
latinoamericano. La cantidad de personas presentes era espectacular.
Chávez no solamente era un líder latinoamericano, sino un gigante
mundial.
Pasaba el tiempo, y el Presidente no llegaba. La gente se ponía
ansiosa esperando – la puntualidad en Austria era bastante estricta y no
estaban acostumbrados a esperar mucha más allá de la hora prevista. Un
rato después, me acercó la gente de protocolo pidiendo que subiera a la
tarima junto a los otros de la delegación. Teníamos que hacer algo, me
decían, la gente estaba esperando demasiado tiempo para dejarlos así en
limbo. Fui a conversar con los amigos de la delegación sobre lo que
deberíamos hacer. “El Presidente no viene”, me dijeron. “¿Y ahora que
vamos a hacer?”, pregunté. “No podemos salir allí nosotros cuando están
esperando a Chávez”.
Ya habían pasado como dos horas del momento previsto para el comienzo
del evento y el público estaba muy ansioso. Fuimos a hablar con los
organizadores, un grupo muy simpático de activistas europeos solidarios.
Les contamos sobre la posibilidad de que no viniera el Presidente. El
estaba cansado, descansando ya en el hotel, preparándose para la cumbre
de jefes de estado de América Latina y Europa del día siguiente.
La noticia cayó como una piedra. No era posible, nos decían. Jamás en
la historia tantas personas habían venido a una plaza pública para
escuchar a un jefe de estado, sea de donde sea. Teníamos que comprender
la importancia histórica del momento.
Entendimos bien que nosotros bajo ninguna circunstancia podríamos
reemplazar al Presidente Chávez ante ese público. Era Chávez o nada, o
más bien, tenía que ser Chávez y punto. Capturamos imágenes del evento y
la cantidad de personas presentes, y las enviamos con la Guardia
Presidencia y los edecanes del Presidente, rogando por favor que viera
la importancia del evento para que se viniera.
Pasaron dos horas más y ya eran horas de la noche, pero nadie se
había ido del lugar. Más bien, la gente seguía llegando. Se mantenían
alertas cantando “Uh Ah, Chávez no se va” en español y en alemán,
“Chávez geht nicht”.
Luego de cuatro horas bajo la bella luna de Viena, todos ansiosos por
la llegada del Comandante del siglo XXI, hubo movimiento. Chávez había
visto las imágenes, y entendía la magnitud del momento y la importancia
de reunirse con la juventud europea. En todo su cansancio y trasnocho
del viaje, allí apareció, radiante y sonriente al ver a la muchedumbre
juvenil.
La llegada del Presidente fue recibida con un aplauso impresionante
del público acerca de las diez de la noche. La luz brillante de la luna
reflejaba el asombro y la intensidad de las miradas de los muchachos y
las muchachas. Todos estaban completamente atentos y pendientes del
discurso del líder venezolano. Y al Presidente Chávez le inspiró la
atención y la dedicación de los jóvenes vienés, y en las afueras de “la
Arena” lanzó una clase magistral sobre la construcción de un movimiento
revolucionario internacional. Dirigiéndose a ésa juventud europea, habló
sobre “El Triángulo de la Victoria”, compuesto por tres factores
principales: objetivos políticos, estrategia y poder; y fundamentados en
la consciencia, la voluntad y la organización. Se quedaron todos
durante las dos horas que habló el Presidente, escuchando con mucho
cuidado los detalles del proyecto revolucionario internacional,
mostrando su apoyo y aprobación en aplausos, gritos y sonrisas. “A
nosotros nos acusan de querer construir una bomba atómica”, contó Chávez
a los jóvenes. “Pero nosotros no nos interesa tener bombas atómicas.
Las bombas atómicas se las regalamos al imperio. A nosotros no nos hace
falta un arsenal de bombas para salvar al mundo. ¡Nosotros somos las
bombas atómicas! Y sobre todo ustedes muchachos y muchachas del mundo,
ustedes son las bombas atómicas…las bombas de amor, de la pasión, de las
ideas, de la fuerza, de la organización”.
Sesenta y cuatro medios de comunicación europeas cubrieron ése evento
histórico en Viena. “El Ché Guevara del siglo XXI”, lo llamaron, todos
fascinados con lo que sucedió ésa noche en Viena bajo la luna llena.
Nunca un jefe de estado había salido a las calles a hablar con las
masas. Nunca se habían reunido miles de personas de manera espontánea al
aire libre en Viena para escuchar un discurso de un mandatario, menos
de América Latina. Chávez trajo el amor y la sinceridad venezolana a
Austria y el pueblo de Viena lo recibió con los brazos abiertos.
“Muchachos, ustedes van a salvar al mundo. Sepan que no están solos
aquí. Sepan que los jóvenes del mundo, que hablan otros idiomas, que
están bañados de otros colores, tienen la misma llama que ustedes…En
América Latina, en África, en Asia….Despierta la juventud del mundo,
despiertan los trabajadores del mundo, despiertan las mujeres del mundo,
despiertan los estudiantes del mundo. Vamos unidos por los caminos de
la revolución”.
Al terminar su discurso, Chávez miró a la gloriosa luna llena que
alumbraba el evento. “Ah…”, exclamó. “Con esa luna llena, tan linda,
provoca agarrar una guitarra e ir con todos ustedes jóvenes al río
Danubio para cantar una bella noche hasta el amanecer”. El brillo en sus
ojos develaba su sinceridad. Fue un momento especial, de esos que solo
ocurren una vez en la vida. Parecía un encuentro íntimo, entre amigos,
aunque la mayoría de las miles de personas allí no nos conocíamos. Sin
embargo, todos compartíamos un amor por la justicia, y un sueño por un
mundo mejor. Chávez era un hermano más en la lucha por ese sueño.
Años después, el impacto mundial de Chávez lo convirtió en el enemigo
número uno de Washington y sus poderosos aliados. Alguien de su
humildad, sinceridad, valentía y convicción no era común, y menos cuando
era el líder del país con las más grandes reservas petroleras del
mundo, y además, alzaba en alto la bandera de justicia social. Las
amenazas contra Chávez eran constantes, los atentados contra su vida
jamás cesaban. Hubo una sistemática agresión contra su gobierno desde
los más poderosos intereses del mundo, apoyados por sus agentes dentro
de Venezuela. Daban con todo contra Chávez. Alguien de su estatura, de
su influencia, firmeza y dignidad, y con esa inmensa capacidad de amor,
representaba un gran peligro para la agenda imperial. Hicieron lo que
pudieron para neutralizarlo.
Tal vez nunca sabremos si su desaparición física fue provocada o no,
aunque existen bastantes evidencias y pistas para investigarlo. Lo que
sí sabemos es que su salida mortal no fue su despedida. Hombres como
Chávez no se pueden desaparecer, aunque muchos les gustarían que fuera
así. El legado de Chávez hoy vive y crece más allá de la Revolución
Bolivariana y sus extraordinarios logros. Su voz está presente en cada
grito por la libertad, su mirada se ve en los valientes jóvenes que
enfrentan grandes y peligrosas potencias para develar verdades. Su amor
está presente en la solidaridad y el compromiso de corazón que millones
sienten por la Venezuela revolucionaria. Su fortaleza y dignidad guían
la defensa de la patria, hoy de nuevo agredida por quienes quisieran
borrarnos de la humanidad.
Chávez jamás desparecerá. Su presencia seguirá creciendo y
multiplicando en cada nuevo soldado de la paz, en cada guerrera de la
justicia. Sonriente con corazón de oro, Chávez siempre será nuestro
Gigante bajo la luna.
RT / VTV / Eva Golinger
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